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“ECONOMIA SIN DIOS”

  • daughterofcortes
  • May 25, 2024
  • 4 min read

Actualmente, la gran mayoría de los países occidentales presentan un horizonte económico complejo y poco prometedor. Innumerables personas han perdido sus trabajos (y otras están cerca de ello) debido al uso de tecnologías cada vez más sofisticadas; muchos (aún profesionistas calificados) deben conformarse con empleos mal remunerados y poco satisfactorios; varios pequeños (y aún medianos) empresarios están siendo devorados, tanto por las grandes corporaciones como por las absurdas imposiciones estatales; los agricultores y los ganaderos de muchos países están siendo asfixiados por descabelladas medidas dictadas por “ecologistas” que, de la vida de campo no saben nada y, cada vez son más las familias que hacen malabares para llegar a fin de mes. Ante esta situación, muchas personas son seducidas por los gobiernos populistas de izquierda mientras que otros, que conocen bien los peligros del socialismo, se decantan por los gobiernos liberales que promueven, el capitalismo salvaje, como la solución a nuestros problemas. Ambos grupos olvidan que, tanto el comunismo y el socialismo como el capitalismo liberal son regímenes que, al ser anticristianos y por ende inhumanos, han sido denunciados por el magisterio de la iglesia.

 

En 1849, un año después de que Marx y Engels publicasen: El Manifiesto Comunista”, Pio IX en su encíclica Noscitis et Nobiscum alerta sobre dicha ideología que, oculta bajo apariencias seductoras se propone; “el trastorno absoluto de todo orden humano”. Poco después, en 1878, el Papa León XIII en su encíclica, Quod Apostolici Muneris condena el socialismo, cuyos falsos e impíos fundamentos impugnan y desechan las verdades sobrenaturales de la fe al: negar la obediencia a las más altas autoridades; predicar la igualdad absoluta; deshonrar y debilitar el vínculo matrimonial que mantiene la sociedad doméstica; impugnar el derecho a la propiedad sancionado por la ley natural y socavar la autoridad rebelándose a todo freno. Además, en 1891, León XIII escribió, Rerum Novarum, la gran encíclica social de la iglesia sobre las “Condiciones de Trabajo”, la cual reconoce la, en no pocas ocasiones, difícil relación entre quienes aportan el capital y quienes ponen el trabajo. Por ello afirma que, “…la solución se ha de esperar principalmente de una gran efusión de la caridad, de la caridad cristiana entendemos, que compendia en sí toda la ley del Evangelio, y que, dispuesta en todo momento a entregarse por el bien de los demás, es el antídoto más seguro contra la insolvencia y el egoísmo del mundo.”

 

Los siguientes Papas siguieron combatiendo el comunismo, enemigo acérrimo de los principios cristianos. Sin embargo, la iglesia también se ha distanciado y ha criticado duramente la ideología liberal capitalista la cual, al tener como principal objetivo aumentar la riqueza material a cualquier precio, alimenta tanto la codicia como la injusticia y antepone los bienes materiales sobre los bienes espirituales poniendo en peligro a innumerables almas. De hecho, el magisterio perenne de la iglesia afirma que, dentro de los pecados que “claman al cielo” por su específica gravedad se encuentran: el oprimir a las viudas y a los huérfanos y el no pagar el salario justo al trabajador. Así, la iglesia desde siempre ha condenado la codicia, la avaricia, la usura, el abuso a los humildes y vulnerables, los salarios de hambre (por más consensuados que sean) y todo tipo de injusticia.

 

Tanto el marxismo como el capitalismo liberal se caracterizan por su rechazo a la moral cristiana. Por ello, ambos promueven multitud de errores tales como: materialismo, escuela laica, feminismo, anticoncepción, divorcio y aborto. De ahí que el llamado marxismo cultural, que no es otra cosa que una guerra contra lo que aún queda de cristiano en nuestra civilización, se haya desarrollado, con gran éxito, en los países capitalistas. Pues como bien señala Chesterton: “Nunca se repetirá demasiado que lo que destruyó la familia en el mundo moderno fue el capitalismo. Sin duda podría haber sido el comunismo si el comunismo hubiera tenido alguna vez una oportunidad fuera de ese desierto cuasi mongol donde actualmente florece. Pero, en lo que a nosotros respecta, lo que ha roto los hogares, fomentado los divorcios y tratado las antiguas virtudes domésticas con un desprecio cada vez más abierto es la época y el poder del capitalismo. Es el capitalismo el que ha forzado a un combate moral y a una competencia mercantil entre los sexos. El que ha destruido la influencia de los padres en favor de la influencia del empleador; el que ha expulsado a los hombres de sus hogares para buscar trabajo. El que les ha obligado a vivir cerca de sus fábricas o de sus empresas en lugar de cerca de sus familias; y, sobre todo, el que ha fomentado, por razones mercantiles, un desfile de publicidad y de novedades chillonas que por su naturaleza implica la muerte de todo lo que nuestros padres llamaban dignidad y modestia”.

 

Desafortunadamente, la mayoría de los gobernantes ha ignorado la serie de declaraciones sobre cuestiones sociales y económicas que, durante décadas, ha emitido la Iglesia. Esa doctrina social católica antiliberal y antisocialista que; en lugar de promover la ley de más fuerte o la lucha de clases, promueve la cooperación de clases; en vez de tener como centro al estado o a las grandes corporaciones, tiene como centro a las familias; que en lugar de promover los monopolios capitalistas o las oligarquías estatales, fomenta el acceso mayoritario a la propiedad privada a través de una economía social basada en la justicia y la caridad cristianas.

 

Que el ejemplo de San José, a cuyo patrocinio han encomendado varios papas a todos los hombres que se ganan el sustento con su esfuerzo y su trabajo, nos guíe y proteja contra la avaricia y contra la envidia; contra la injusticia y contra el rencor. Y recordemos que, como señala Solzhenitsyn: “Sin el toque del aliento de Dios, sin restricciones en la conciencia humana, tanto el capitalismo como el socialismo son repulsivos”.

  

 





 
 
 

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