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“LA TRAMPA DE LOS ANTICONCEPTIVOS”

  • daughterofcortes
  • Apr 12, 2024
  • 4 min read

Como es sabido, el pasado 4 de marzo, Francia, quien fuese la hija primogénita de la iglesia (fille aînnée de l’Église) consagró el aborto como un “derecho” protegido por la constitución. Como si eso no bastase, Macron se ha propuesto hacer del aborto un derecho constitucional en toda la Unión Europea. Desafortunadamente, sabemos que dicha iniciativa contará con el apoyo de los principales líderes occidentales así como de influyentes organismos internacionales, especialmente la ONU. Mas, lamentablemente, también contará con el apoyo mayoritario de una sociedad que, acepta el aborto, al menos, en ciertas circunstancias como un mal necesario a fin de respetar la “autonomía de la mujer”. Argumento similar con el cual se promovió, desde hace unas décadas, otro gran mal, la anticoncepción, la cual es actualmente aceptada por la gran mayoría de la sociedad (católicos incluidos) y que pavimentara, ladinamente, el camino al aborto.

 

La infame píldora que se comercializara, en la década de los 1960, para las parejas casadas en los Estados Unidos, se fue abriendo paso, rápidamente, en la gran mayoría de los países occidentales gracias al argumento de que, la anticoncepción otorgaría a las mujeres total “control” de su cuerpo y de su futuro al poder decidir cuántos hijos tener y cuándo tenerlos. Esto, no solo facilitó el ingreso de la mujer al mercado laboral sino que además, impulsó la llamada liberación sexual. Ya que los anticonceptivos, al eliminar artificialmente el fruto natural de la relación sexual, desligaron la sexualidad de la procreación inculcando con ello la falsa idea de que la sexualidad tiene como objetivo principal el placer y el “disfrutar de la intimidad de pareja”, lo cual fomentó las relaciones sexuales casuales.

 

En 1968, el Papa Pablo VI, reafirmó la condenación de la iglesia al uso de los métodos artificiales para controlar la natalidad en su encíclica Humanae Vitae (De la vida humana). En dicho documento alertó sobre “…el camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad…” con el uso de estos métodos. Tenía razón. Ya que, actualmente, es evidente al aumento exponencial en: las relaciones premaritales, la promiscuidad, la cohabitación, el adulterio y el divorcio así como de la homosexualidad, la pornografía y el transgenerismo. 

 

Además, aun cuando uno de los argumentos a favor de los anticonceptivos es que reducen el riesgo de embarazos no deseados y, por lo mismo, disminuye los abortos, la realidad es que la anticoncepción abre la puerta la aborto. Basta con ver la evidencia. Más de 63 millones de abortos han tenido lugar en los Estados Unidos, desde su descriminalización, en 1973, pocos años después de que se generalizara el uso de los anticonceptivos, los cuales se pueden obtener con gran facilidad, desde la más tierna adolescencia. Ya que, desde el momento en que se considera que la sexualidad tiene como objetivo el placer y la finalidad procreativa depende de la voluntad de cada pareja, el aborto es el resultado natural. Si está permitido evitar un embarazo por métodos artificiales (algunos de los cuales son abortivos) es lógico considerar el aborto como la solución en caso de que los anticonceptivos fallen. Así, la mujer que defiende su “derecho al aborto” lo hace desde la perspectiva de que el bebé que espera es un intruso, pues se le vendió la falsa idea de que tiene derecho a tener relaciones, con quien sea y cuando sea, sin consecuencia alguna. Como bien lo señalase Chesterton: “El control de la natalidad significa en realidad menos natalidad y ningún control.”

 

Actualmente, nuestra hedonista sociedad considera la sexualidad, no como un apetito que debe ser educado, sino como una necesidad, un incontrolable impulso. De ahí que, promueva la promiscuidad y defienda el eliminar las consecuencias. Por ello, tampoco considera que el buen uso de la sexualidad se limita al matrimonio pues aún entre estos se ha infiltrado la mentalidad anticonceptiva que ve a los hijos, no como el fruto natural y deseado de la unión intima de un hombre y una mujer sino como una amenaza que debe ser evitada o, al menos, limitada. Así, la guerra contra la familia se ha introducido hasta la misma alcoba matrimonial en la cual, la llegada del hijo depende exclusivamente del deseo y la voluntad de los padres y no de la aceptación de la naturaleza ni de la voluntad de Dios, distorsionando, con ello, Su obra más bella. Dado que, si el llamado amor libre conduce al abismo de la soledad, la frustración y la depresión; el matrimonio estable entre un hombre y una mujer, abierto a la vida, nos conduce cuesta arriba. A esa cumbre a la cual solo se llega con esfuerzo, sacrificio y generosidad pero cuya vista supera con creces todos los afanes.

 

Parafraseando a Chesterton; el control de la natalidad es algo despreciable y por ello su argumento es débil, tambaleante y cobarde. Ya que, se evita un nacimiento porque se prefiere viajar, comprar un auto nuevo y hasta ir al cine. Las personas piensan que son libres cuando con cada acto de ese tipo se encadenan al sistema más servil y mecánico jamás tolerado por los hombres. Las personas que prefieren los placeres y el materialismo al milagro de los hijos están hastiadas y esclavizadas. Prefieren la hez de la vida a las fuentes de la existencia. Prefieren las cosas más torcidas, las más vacías y marchitas de nuestra moribunda civilización a la realidad de una nueva vida que anuncia el rejuvenecimiento de toda la civilización. Son ellos quienes están abrazados a las cadenas de su antigua esclavitud; es el niño el que está preparado para el nuevo mundo.

 

Pidamos a Dios que cambie nuestro corazón de piedra por uno de carne de tal manera que, seamos capaces de recibir, con generosidad y esperanza, a cada hijo que Dios confíe a nuestro cuidado.

 

 

 

 

G. K. Chesterton, “Babies and Distributism”, from The Well and the Shallows,

 

 
 
 

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