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“LUTERO, EL REVOLUCIONARIO”

  • daughterofcortes
  • Oct 28, 2023
  • 4 min read

Cada 31 de octubre, día en que se conmemora la reforma que ocasionara el cisma más doloroso, sangriento y dañino que ha sufrido la iglesia católica, vemos a la gran mayoría de protestantes y, desafortunadamente, a no pocos católicos, celebrar cual héroe a Lutero, convencidos, de que el protestantismo surgió como una reacción saludable a la decadencia de la iglesia católica, especialmente, la relacionada con la venta de indulgencias y a la acumulación de riquezas del alto clero. A estos, se unen no pocos agnósticos que defienden apasionadamente el “progreso” que según ellos trajo el protestantismo al desligarse del pensamiento dogmático y oscurantista sostenido tiránicamente por el catolicismo. Sus promotores omiten que, contrariamente a la opinión generalizada, el “gran reformador”, no fue el fraile noble y puro que, asqueado por la corrupción de cierto clero, buscase corregir vidas erradas, purificar costumbres y renovar la moral de la iglesia; sino un hombre de carácter escrupuloso e iracundo; abrumado por fortísimas e incontrolables pasiones.


De esta manera, se oculta que la falsa iglesia que fundara Lutero, con el respaldo de los príncipes alemanes, nació y creció a la sombra de la corrupción, el apego al dinero, al poder y a los placeres mundanos. Pues como él mismo afirmase: “Entre nosotros, la vida es mala, como entre los papistas; pero no les acusamos de inmoralidad, sino de errores doctrinales”. Porque no fue la corrupción de la jerarquía sino la sana doctrina lo que Lutero tanto atacó.


Sin embargo, sus conflictos internos, su arrogancia y su mezquindad, reflejados claramente en sus múltiples escritos, han sido transformados aviesamente en la aureola de prestigio que rodea hasta nuestros días al protestantismo. Ya que, la astuta y eficaz propaganda de desprestigio de la iglesia católica que iniciara Lutero ha sido magistralmente aprovechada y acrecentada por los enemigos de Cristo, bajo una leyenda negra que hoy en día, sigue siendo ampliamente aceptada a pesar de las muchas evidencias que la desmienten.


De este modo, se celebra la libertad religiosa del protestantismo omitiendo que Lutero jamás toleró el menor desacuerdo e impuso las conversiones forzosas, encontrando, quienes resistieron, no pocas veces la muerte y siempre, tiránicas leyes de discriminación pues con él se origina el principio conocido como cuius regio, eius religió, según el cual el príncipe tiene derecho a imponer sus creencias a toda la población. Además, la imposición tiránica de su doctrina desató terribles guerras civiles en los territorios en los cuales se expandió la Reforma. De acuerdo con la historiadora Ma. Elvira Roca; solo en la guerra de los campesinos, en la cual se calcula participaron unos 300.000, fueron aniquilados, “como perros rabiosos”, por orden de Lutero, aproximadamente, 130,000. Tanto, la furia con la que se perseguía a quienes no acataban dócilmente sus ideas, como la anarquía imperante, dieron como resultado que los enfrentamientos entre fracciones protestantes ocasionaran aún más muertos que las guerras entre católicos y protestantes.


A su vez, las ideas de Lutero, lejos de promover el florecimiento de la civilización cristiana, pavimentaron el camino para las aberraciones ideológicas de los tiempos modernos. Lutero divulgó la falsa idea de que la corrupción del hombre por el pecado original (aún después del bautismo) es tal, que su razón está completamente nublada (por lo cual la llamó “la gran ramera”). Además, postula que el hombre no es dueño de su voluntad, las obras tanto buenas como malas no contribuyen ni a la salvación ni a la condenación del hombre. Por ello afirmó: “El hombre no posee un libre albedrío, sino que es un cautivo, un sometido y siervo ya sea de la voluntad de Dios, o la de Satanás”. De ahí que afirmase que, para la salvación del alma, las buenas obras no son indispensables (ni siquiera importantes) pues la sola fe basta (sola fide).


La doctrina luterana desintegró el orden moral de gran parte de la sociedad al sustituir la autoridad por la tiranía, privilegiar lo temporal sobre lo espiritual y anteponer las emociones y las pasiones a la razón. Los efectos de esto fueron tan terribles y evidentes que el mismo Lutero escribió: “…Me veo obligado a confesarlo: mi doctrina ha producido muchos escándalos…Bastante se ve cómo el pueblo es ahora más avaro, más cruel, más impúdico, más desvergonzado y peor de lo que era bajo el papismo”.


A la muerte de Lutero, el 18 de febrero de 1546, sus perversas ideas se habían extendido por casi toda la cristiandad, engendrando varias falsas doctrinas que dividieron y ensangrentaron Europa. Innumerables almas apostataron de la fe católica rechazando, multitud de dogmas y enseñanzas tales como: la autoridad del Sumo Pontífice y el magisterio perenne de la Iglesia; el sacerdocio, la Misa como Santo Sacrificio y el dogma de la transubstanciación; los sacramentos como fuente de gracia santificante, la doctrina del purgatorio y la comunión de los santos. Además, varios pasajes de la Biblia fueron cancelados y otros tergiversados. Por si esto fuera poco, Lutero dejó a sus seguidores huérfanos al suprimir la devoción y el culto a la Santísima Virgen, auxilio de los cristianos.


Como afirma Angela Pellicciari: “Los revolucionarios de todos los tiempos tienen en común un lenguaje: un lenguaje sencillo, claro, popular, lapidario. Un lenguaje que corresponde a las necesidades de la propaganda, fácil de repetir, que se abre paso y se impone con la fuerza de las imágenes. Un lenguaje que apunta al corazón en lugar de la mente y a las entrañas en lugar del corazón. Un lenguaje que, apoyándose en la emoción, genera indignación, desprecio y desata el odio. Lutero, el gran revolucionario de los tiempos modernos, no fue la excepción.”

 
 
 

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