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“NUESTRA ESPERANZA”

  • daughterofcortes
  • Aug 22, 2024
  • 3 min read

La sociedad actual, tan dividida y polarizada, manifiesta un generalizado desaliento ante la percepción extendida de que las cosas no marchan bien. En unos cuantos años hemos pasado de un bienestar, más ilusorio que real, a una serie de situaciones que, ya sea de manera real u orquestada, empañan nuestro horizonte. Varios “líderes y filántropos”, que antes prometían un futuro halagüeño, ahora anuncian privaciones e imposiciones en nombre de la próxima “pandemia”, del “cambio climático”, de guerras lejanas (por ahora) y de la causa del momento. Nuestra confianza ciega en el hombre y en un progreso que creímos ilimitado, con el consecuente rechazo de Dios, lejos de conducirnos al paraíso nos está llevando al lugar del cual Dante advirtió; “Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza”. De ahí que sea, precisamente; el desaliento, la tristeza y hasta la desesperanza, unida al morbo por lo disforme y vulgar, lo que hoy invade a una sociedad que ha destruido, uno a uno, los cimientos sobre la cual se alzó, majestuosa, nuestra civilización cristiana.


Asimismo, la decadencia moral de hoy en día es evidente en una sociedad que llama mal al bien y bien al mal y que amenaza con desatar una cruel persecución, con la “ley” en la mano, contra la ley divina y contra aquellos que se atreven, valientemente, a defenderla. Pues quienes recurrieron a la tolerancia para rechazar la ley natural son los mismos que ahora, en nombre de la diversidad e inclusión, piden la cancelación de quienes se niegan a apoyar, públicamente, las perversas agendas imperantes. El martirio blanco de varias personas es un incómodo recordatorio para los cristianos aburguesados de que somos soldados de Cristo y de que ya no podremos eludir la batalla que, durante tanto tiempo, evitamos con el secreto anhelo de cruzar, sin gran sufrimiento, este valle de lágrimas.


El aparente terreno neutral (en el que muchos nos refugiamos cómodamente, buscando evitar las grandes vicisitudes y arduas luchas que, con sus renuncias, heridas y humillaciones, importunasen la placidez de nuestra cómoda rutina), desaparece rápidamente. El mundo, que hasta hace unos años se contentaba con nuestra tibieza, amenaza con exigir la total sumisión a su perversa agenda. Ha llegado, parafraseando a Bruno Genta; la hora de la intransigencia y de la fidelidad continuada, la hora de hablar el lenguaje que Cristo nos recomienda en el Sermón de la Montaña: Sí, sí. No, no. Pues atrás ha quedado la engañosa placidez del relativismo que parecía abrazar todas las opiniones sin importar lo contradictorias y absurdas que éstas fueran. Hoy, si queremos ser fieles a Cristo, debemos recorrer el camino estrecho y cuesta arriba del calvario con la confianza en la promesa de Cristo “…y el que pierda su vida por mí, la encontrará.” (Mt. 16:25).


Por difíciles que sean los tiempos sabemos que esta vida no es más que, como nos recuerda Santa Teresa, “una mala noche en una mala posada”. Ya que el breve sufrimiento en esta vida, unido a los méritos de Cristo, augura la felicidad eterna. Por ello, como cristianos, nosotros nos gloriamos, incluso, en el tiempo de prueba y tribulación diciendo, con San Pablo; “todo lo puedo en Aquel que me conforta”. Dado que nuestra alegría estriba en servir al Rey de Reyes y Señor de Señores con la esperanza de que Dios, en Su infinita misericordia, nos espera, después de la batalla, en la patria celestial.


Y mientras tanto pidamos con Santo Tomás de Aquino: “Concédeme, Señor, Dios mío, una inteligencia que te conozca, una diligencia que te busque, una sabiduría que te encuentre, una vida que te plazca, una perseverancia que te espere con confianza y una confianza que al fin te posea. Concédeme ser afligido por tus penas en la penitencia y que en el camino de mi vida use de tus alegrías para la gloria. Así sea”.

 
 
 

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