“UN NUEVO COMIENZO”
- daughterofcortes
- Jan 29, 2024
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Estamos en las primeras semanas del comienzo de un nuevo año. En esos días en los que todavía prevalecen los buenos deseos, los rectos propósitos y esa pueril ilusión, que cada nuevo ciclo logra despertar en nosotros, a pesar de que presentimos tendremos no pocos retos ante un futuro que se prevé, que en la mayoría de nuestros países, será todo menos halagüeño. Así, con un poco de ingenuidad y otro tanto de vanidad, formulamos, una vez más, una serie de propósitos a través de los cuales buscamos conseguir el objetivo común a todos, la felicidad.
Esa felicidad que, equivocadamente, creemos se encuentra en el desarrollo y éxito personal. De ahí, que la gran mayoría de nuestros propósitos, dirigidos a favorecer nuestra imagen y a aumentar la confianza en nosotros mismos, sean tan efímeros como superficiales. Ya que, no en pocas ocasiones, aun lo que solemos llamar “vida espiritual”, encierra el interés egocéntrico de quien busca sentirse bien consigo mismo. Por ello, es cada vez más común recurrir a falsas (y no pocas veces peligrosas) espiritualidades “nueva era”, muy adecuadas a nuestra sociedad sentimentaloide, vanidosa y egoísta. Paradójicamente, al tiempo que definimos nuestras propias reglas y nos alejamos del suave y dulce yugo divino, aceptamos voluntariamente ser esclavos de las absurdas y peligrosas ideologías imperantes. Por ese motivo, en nombre de la tolerancia, mantenemos una postura políticamente correcta, mientras callamos esas verdades (en ocasiones aun las más evidentes) que tanto molestan a nuestra “progresista y diversa” sociedad; nos preocupamos por salvar el planeta (aunque no esté claro que peligra) mas llamamos “derecho” al asesinato de los más vulnerables; defendemos, con gran ahínco, la llamada justicia social mientras negamos a Dios sus más elementales derechos.
Y mientras buscamos saciar nuestros más profundos anhelos con bienes materiales, placeres efímeros y afectos (cuando no desordenados) imperfectos, nuestro corazón sigue suspirando por el bien perfecto, suficiente y permanente; por ese “gozo de la verdad” como lo llamara San Agustín, por la suma Verdad y el Bien Supremo que es Dios. Por Quien fuimos creados para el bien y para la felicidad eterna. Por ello, nuestros propósitos no pueden realizarse desde una perspectiva puramente mundana ni quedarse sólo en buenas intenciones. Mucho menos podemos seguir viviendo de acuerdo con los mandatos del mundo y de espaldas a Dios. Por el contrario, aprovechemos este año y todos los que nos queden de vida para conocer, amar y servir a Dios recordando que no podemos amar a Quien no conocemos ni frecuentamos (o lo hacemos, si bien nos va, solo una hora a la semana). Conozcamos todo aquello que afecta a nuestras familias, a la sociedad y a la Iglesia pero sin caer en cotilleos ni curiosidad malsana y dediquemos tiempo a recuperar esas piadosas tradiciones que tanto nos acercan a Dios como leer la vida de los santos, la meditación de las escrituras o el rezo del rosario. Defendamos la verdad, mantengamos intacta la fe recibida de nuestros mayores evitando y eliminando todo aquello (música, programas, modas, etc.) que atenten directa y gravemente contra ella de tal manera que amemos más la gloria de Dios que la de los hombres. Que la oración constante acompañe nuestro día recordando aquello que, como dijo Santa Teresa “Dios está entre los calderos” puesto que no hay trabajo, por humilde o importante que éste sea, que no podamos encomendar y ofrecer a Dios. Perseveremos en el amor a Dios de tal manera, que el amor que le tengamos a Él se refleje en nuestro prójimo. Nos hemos preguntado: ¿Cómo sería el mundo si la mitad de los católicos lográsemos deshacernos de nuestro laicismo vergonzante y decidiésemos predicar, con gran humildad pero también con gran fe, a tiempo y a destiempo, tanto con palabras como con obras?
Sustituyamos ese fariseísmo ateo que impera en nuestra sociedad que se pavonea, henchida de orgullo, ante sus exiguos logros; por la humildad del publicano quien golpeándose el pecho y sin atreverse a levantar los ojos al cielo, suplica: “Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador”. Recordemos, que sólo Cristo salva y que sólo con Su gracia podemos ser transformados y renovados. Pongamos toda nuestra confianza en Aquel que nunca se muda y siempre cumple sus promesas. Que revestidos de la coraza de la fe y de la caridad y del yelmo de la esperanza en la salvación, busquemos primero el reino de Dios. Que la luz, la paz y el amor de Cristo, reine hoy y siempre en nuestros hogares para que un día, no muy lejano, vuelva a reinar en nuestra sociedad.
Y que este año tengamos alegría, pero esa alegría que, al decir de Aquino, es la pasión del alma provocada principalmente por la virtud teologal de la caridad iluminada por la virtud de la fe y alumbrada por la de la esperanza cristiana de manera que, ningún dolor o tristeza enturbie nuestra paz. Deseemos para nosotros, para nuestros seres queridos y para la humanidad entera, la felicidad eterna que sólo Dios puede ofrecernos. Y, siguiendo el consejo del Padre Pio: “Clavemos, este año y siempre, nuestra mirada en Aquel que nos guía y en la patria celeste a la que nos conduce.”
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