top of page
Search

"VER PARA CREER"

  • daughterofcortes
  • May 23, 2024
  • 4 min read

En la historia del cristianismo abundan los milagros; esos signos extraordinarios, esos portentos sobrenaturales que no pueden ser explicados por las leyes naturales y a través de los cuales Dios, siendo el Creador y Señor de todo lo visible y lo invisible, nos demuestra su omnipotencia y, también, Su amor y cercanía. Así, los milagros del Antiguo Testamento revelan a un Dios providente que cuida y dirige al pueblo escogido realizando, en su favor, varios milagros entre los cuales destaca: la zarza que, ante Moisés, arde sin consumirse, las plagas de Egipto que Dios envía a fin de liberar a Su pueblo, la separación de las aguas del mar rojo y el maná del cielo.

 

En el nuevo testamento, Jesucristo apela constantemente a sus obras para probar que Él es el Mesías, el Hijo de Dios: “…ya que no creéis en mí, creed a las obras para que sepáis que el Padre está en mí, y Yo en el Padre” (Jn   10,38). Y, cuando los discípulos de Juan le preguntan: “¿Eres tú el que viene o hemos de esperar a otro? Cristo responde: Id y referid a Juan lo que habéis oído y visto: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (Mt   11,3-5). Los milagros de Cristo son sumamente importantes pues, a través de ellos Jesús revela su naturaleza divina y demuestra Su poder y autoridad sobre; la salud y la enfermedad, la vida y la muerte y aún sobre los demonios y la creación entera. "¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?" (Mc 4,41). Dios a través de los milagros nos anima a confiar en El dándonos prueba no solo de Su poder sino también de Su bondad y de Su amor por nosotros. “Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos que no están escritas en este libro; y éstas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn 20,30-31). Jesucristo hizo tantos milagros (incluyendo algunas resurrecciones entre las cuales sobresale la de Lázaro en Betania quien llevaba ya varios días muerto) que los fariseos y sumos sacerdotes sabían que: “Si le dejamos así todos creerán en él” (Jn 11,48).

 

Jesucristo, después de haber resucitado envía a sus discípulos a predicar el Evangelio y les promete que: “… en mi nombre echaran los demonios, hablaran lenguas nuevas, tomaran en sus manos serpientes, y, si bebieren ponzoña, no les dañara; pondrán las manos sobre los enfermos, y estos recobraran la salud” (Mc 16,17-20). Así, en diferentes partes de los Hechos de los Apóstoles se narran algunos de los muchos y grandes milagros realizados por los apóstoles: “hasta el punto de sacar a las calles los enfermos y ponerlos en los lechos y camillas… y la muchedumbre concurría de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados por los espíritus impuros y todo eran curados” (He 5,14-16).

 

Los milagros no cesaron con la muerte de los primeros apóstoles pues, desde su origen a nuestra época, la iglesia instituida por Cristo ha dado testimonio de su carácter sobrenatural y divino, tanto a través del testimonio de innumerables santos y mártires, como de grandes milagros a través de los cuales Dios sigue proporcionando, a nuestra débil fe, pruebas sobrenaturales y visibles que no pueden ser explicadas por la ciencia y que, como señalan varios Padres de la Iglesia (Orígenes, San Ireneo y San Agustín, entre otros) son prueba contundente de la veracidad de la religión católica. Entre los milagros más conocidos y sobresalientes se encuentran: la Sábana Santa de Turín, la Tilma de Nuestra Señora de Guadalupe, varios Milagros Eucarísticos, varios Cuerpos Incorruptos de Santos, Curaciones en las Aguas de Lourdes y el Milagro del Sol en Fátima, el cual, fue visto por más de 60,000 personas. De hecho, gracias a los avances científicos, además de verificar los milagros se han podido encontrar innumerables detalles extraordinarios en varios de ellos, como en los milagros eucarísticos y la tilma guadalupana.

 

Es común creer que todo aquel que sea testigo de un gran milagro tiene, irremediablemente que creer. No es así. Los hombres tenemos el corazón tan endurecido y la razón tan nublada que, muchas veces, a pesar de ver prodigios no creemos. Las sagradas escrituras nos proporcionan múltiples ejemplos de personas que, a pesar de haber visto dudan, desconfían y hasta caen en la idolatría; como el pueblo elegido que, a pesar de haber sido liberado milagrosamente de la esclavitud en Egipto sustituye a Yahvé por un becerro de oro. Lo mismo pasa con los milagros que han sido atestiguados y/o estudiados por ateos. Unos se convierten pero otros atribuyen el hecho inexplicable por la ciencia a leyes físicas aún desconocidas, alucinaciones masivas, fenómenos psíquicos, y un sinfín de sinrazones. Como apunta Chesterton: “Los creyentes en los milagros los aceptan (con razón o sin ella) porque tienen pruebas de ellos. Los incrédulos en los milagros los niegan (con razón o sin ella) porque tienen una doctrina en su contra.”

 

La gran mayoría de nosotros creemos en los milagros aunque no hayamos sido testigos directos de ninguno de ellos. Pidamos a Dios la gracia, tanto de contarnos entre los benditos que han creído sin haber visto, como de que nuestras obras confiesen nuestra fe en Cristo a fin de que un día podamos ver a Aquel en quien creemos. Pues como nos recuerda Santo Tomás: “Tres cosas son necesarias para la salvación del hombre: saber lo que debe creer, saber lo que debe desear y saber lo que debe hacer.”

 

 

 

 

 

 

 

 
 
 

Komentáře


Post: Blog2_Post
  • Facebook
  • YouTube

©2021 by Hija de Cortés.

bottom of page